Promesas incumplidas de la dirigencia opositora generan frustración y desconexión

  

Caracas.- Durante los últimos años en Venezuela, la dirigencia opositora ha prometido cambio político y una gran cantidad de soluciones a la crisis. La mayoría de esas promesas no se han cumplido y esto ha generado una colosal frustración, una gran desconexión. Los ciudadanos cansados de lo mismo han fortalecido la creencia de que los políticos los han abandonado y en sentido literal, por las razones que sea, muchos se han ido del país.

La idea de desamparo se ha ido asentando en todos los sectores de la población venezolana ante la falta de solución a los problemas fundamentales de la cotidianidad, aquellos que inciden directamente en la calidad de vida. El acompañamiento comunicativo se ha debilitado como consecuencia del gran abismo informativo que existe en el país, así como también la ausencia de una narrativa que le dé explicación a tantos desaciertos y desventuras.

Una promesa electoral busca ocupar la agenda mediática, ilusionar, elevar las expectativas. Obliga al candidato a cumplir con determinación su enunciado público, su compromiso ético y asumir las consecuencias de llevar su palabra hasta el final. En Venezuela, la construcción de mantras y consignas se ha convertido en un hábito diario, un saco de intenciones que empeña no solo la reputación política de un dirigente sino también los anhelos de un grupo de convencidos.

Bajo el calor y la agitación de las campañas electorales, los candidatos abonando el terreno a su propia estrategia, incurren en competir por demostrar más osadía, a decir lo que mueve las emociones; a riesgo de que lo prometido exceda los límites de la realidad. No hay nada más peligroso en política que el incumplimiento y la devaluación de la promesa y de la palabra en un momento de desilusión, cansancio y escepticismo.

Hoy la política no va a mejor. Las experiencias negativas del pasado han interiorizado el desengaño en los ciudadanos y han fortalecido la idea de que “todo es más de lo mismo”. La confianza en los actores políticos ha erosionado y esto ha sido producto del agotamiento ciudadano frente a la improvisación, el narcisismo, la soberbia populista y la escasa racionalidad política. La gente no encuentra entusiasmo, contrastes e imágenes de algo diferente. El tribalismo digital y camorrería militante es ineficaz, no piensa en el voto sino en la exposición, el escándalo y la controversia.

Los horizontes previsibles de la política opositora venezolana se están desapareciendo.

 La polarización moral dentro de los partidos políticos se está amplificando y la cercanía al ciudadano vuelve a darse bajo la lógica electoral. La política automática da por sentado muchas cosas, una de ellas es pensar que el voto es solo un número, un momento, cuando en realidad es una emoción instrumentalizada. 

Los tristes no ganan elecciones.

La política binaria, de blancos y negros, sigue siendo el atractivo para la mass media, entretiene, seduce y polariza, da de qué “hablar” pero contamina la conversación pública, destruye la posibilidad de encuentros, la construcción de consensos, la deliberación y el respeto al disentimiento. 

La política de la reacción y el escándalo sigue sin comprender que lo más apremiante para la ciudadanía es una solución con mayor cercanía y no la vociferación de consignas de persuasión.

La superficialidad política debe ser cuestionada, interpelada, enfrentada en el terreno de las ideas. El ofrecimiento de esperanza inmediata como promesa electoral bajo un contexto de infinita incertidumbre necesita de más escrutinio público y un aterrizaje de emergencia a la tierra. La política vacía, populista, efímera y coercitiva a la larga decepciona, pero su negativa impronta merece una necesaria atención en los políticos que por el bien común aspiran a conservar un poco más fértiles los caminos hacia una sociedad inclusiva, plural y de verdaderos valores democráticos.  



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